QUIERO RESPIRAR.
Domingo, 10 de
febrero de 2013.
El ruido del
despertador empezó a martillear su cabeza.
Sabía que la fiesta le
pasaría factura, sus amigas eran
tremendas y desde hacía un mes sus salidas eran un
auténtico desfase.
De
camino a la ducha sonrió al recordarlas, le iría
bien el agua y un café cargado para despejarse, el día sería duro, los turnos
de veinticuatro horas en las urgencias de un hospital siempre lo eran.
Bajó al garaje para coger su coche, un Mini blanco al que le
tenía mucho cariño, lo único
con lo que se quedó después
de que Nando le rompiera el corazón a pedazos.
Tenía gracia, él que era cirujano cardiovascular y se ganaba
la vida arreglando corazones, había destrozado el suyo de
tal manera que era incapaz de saber cuánto tardaría
en
recuperarse.
Ver
a Nando con la residente en su despacho era una imagen que no olvidaría, y el motivo que hizo que tomara la
determinación de no saber nada de hombres por una larga temporada. Se centraría
en su carrera y se divertiría con sus amigas.
Ese mismo día cogió todas sus pertenencias y abandonó el
fabuloso ático en la Ciudad de
las Ciencias para volver
a su
pisito de soltera. Gracias a la
recomendación de su amiga
Julia, se quedó con él y no le hizo caso a Nando cuando
insistió en que lo vendiera. Ella y su idea
sobre los
hombres. Sonrió al recordarla.
Aquella situación era dura para Mandy, que con tan
solo
veinticinco años y muy pocas experiencias amorosas, se
coló por él como una tonta en su
primer año de residencia.
Para ella su
carrera había sido su mayor
prioridad. Desde
muy pequeña la medicina formaba parte
de ella.
Nando
era ocho años mayor que ella y
acababa de
ascender, convirtiéndose en adjunto del doctor Méndez,
cirujano
cardiovascular, justo el año en que ella comenzaba
el primer año como residente.
Él era un hombre de pelo negro y ojos entre marrones y
verdes. De esos que
cuando te miran consiguen que tu
corazón se detenga y no vuelva a funcionar hasta que no
escuchas de
nuevo su voz. Todo el hospital bebía
los vientos
por él, pero Nando se había fijado en ella por su aire
despistado, timidez
y esa ternura que la envolvía, y que
hacían de Mandy un ser angelical. Ella era
una chica de
estatura mediana, pelo largo y castaño, ojos color chocolate
y una
figura delgada que por genética había heredado de su
madre, pues no era algo
que cuidara demasiado.
Se conocieron hacía ya cinco años y en tan solo seis meses
se fueron a vivir juntos. El sonido de un
claxon la sacó de sus
pensamientos,
sacudió la cabeza y centrándose en
el tráfico
comenzó a tararear aquella canción que tanto le gustaba
: “Amiga
mía, princesa de un cuento infinito,
Amiga mía…”
Alejandro Sanz era uno
de sus cantantes favoritos.
Al llegar a
su plaza de aparcamiento en el
hospital, las
campanitas del móvil sonaron dentro de su bolso. Por lo
visto, las locas de sus
amigas se habían despertado y
estaban poniéndose al día de
lo acontecido la noche
anterior.
Al sacarlo del bolso alucinó al comprobar que tenía ochenta
y nueve
mensajes de WhatsApp que tenía sin leer
en el
grupo de las Sex. Desde luego sí que les cundía. Pero
ellas
y sus locuras eran el bálsamo necesario para curar y
cicatrizar sus
heridas.
De camino al ascensor leyó y rio con todos los
mensajes. Al
entrar en él, no se dio ni cuenta de que Nando estaba allí,
imponente y con ese aroma varonil característico.
Al sentir
su fragancia levantó
los
ojos de la pantalla para chocar de
lleno con los de él. Aún
le afectaba verlo. Necesitaba
olvidarlo, que dejara de afectarle… pero trabajar en el
mismo hospital lo hacía bastante complicado.
—Buenos días, Mandy.
—Buenos días
—contestó con un hilo de voz y mordiéndose
la lengua para no decirle
que, desde luego, su día había
dejado de ser bueno en ese
mismo momento.
El silencio se
hizo entre ellos, Mandy rezaba para
que el
maldito trasto subiera lo más aprisa posible y poder alejarse
de ese aroma que
tantos recuerdos le traía.
Al abrirse las puertas, Nando la cogió del brazo para evitar
que saliera.
—Mandy, tenemos
que hablar, yo te quiero, déjame volverte
a conquistar,
deja que todo vuelva a ser como era antes.
—¡Suéltame! No vuelvas a poner
tu
mano sobre mí y no
vuelvas a pedirme una oportunidad. Sabes muy bien que
aquel día todo acabó —bramó ella con toda la fuerza y la ira
que fue capaz de
acumular—. Adiós, Nando.
Salió
del ascensor a duras penas, aún le
temblaban las
piernas y su brazo
ardía por su contacto. «¿Cómo podía ser
tan tonta después de lo que le hizo?», se
reprochó. Tal y
como Julia decía, tendría que sacar ese clavo con otro clavo.
Sin entretenerse llegó a su consulta, José ya la esperaba.
Su enfermero parecía que vivía allí, nunca conseguía llegar
antes
que él.
—Buenos días, mi
niña, por tu cara se diría que has visto al
mismísimo fantasma de la
ópera.
—Algo así, José —contestó ella—. ¿Cómo se presenta el
día?
—Aún es pronto, a lo
largo del sábado se nos llenará el
chiringuito como si regaláramos
patatas, mi niña.
Le pasó los historiales y se
dirigió a llamar al primer paciente
mientras Mandy respiraba e intentaba
quitarse de la cabeza
la imagen de Nando y sus palabras.
El día trascurrió tranquilo, con algún caso grave
durante la
jornada. A las diez de la noche mientras cenaba enviaba
WhatsApp a
sus amigas. Ahora que la consulta estaba
tranquila aprovecharía para descansar
un rato, en urgencias
nunca se sabía que podía suceder.
Caminó a la sala de descanso y no pudo evitar mirar
hacia el
despacho de Nando, su mente
se llenó de imágenes de
aquel fatídico día
de hacía tan solo un mes.
Era principios de
enero. Su amiga Ro que trabajaba en una agencia de viajes, la convenció para que reservara una habitación en el hotel Spa VILLA GADEA en Altea‐Alicante.
Al terminar la guardia recogería a Nando y lo
sorprendería
con aquel fin de semana. Aprovechó un
parón en la sala de
urgencias para ir a descansar. Decidió hacerlo en el
despacho de
Nando, el sitio era más tranquilo.
Al abrir la puerta
del despacho se quedó petrificada,
el
corazón se le rompió de golpe en mil pedazos y sus
pulmones se cerraron impidiéndole respirar.
Allí frente a sus ojos estaba Nando follándose a una
residente.
«¡Menudo cabrón!».
Lo acababa de pillar follando con esa
niñata residente que se cepillaba a medio hospital.
El ruido del
móvil al chocar contra el suelo hizo que Nando
se percatara de su presencia. Como pudo se apartó de la
residente y se subió los pantalones. Para
entonces, Mandy
había podido hacer llegar aire a sus pulmones y había
dado
la orden correcta a sus piernas para poder abandonar ese
lugar. Justo al
salir se tropezó con Andrés, su residente de
segundo año, que la cogió antes de
que ella cayera al suelo.
—Mandy, ¿qué pasa? ¿De qué huyes así?
En ese momento Nando ya los alcanzó.
—Mandy, por favor, deja que te explique.
Ella miró a Andrés
y se dirigió a él con voz alterada.
—Dile que
no quiero saber nada de él.
Y sin más se
dirigió hacia la cafetería. Pidió un
poleo-menta
para aplacar las náuseas
que le daban pensar en lo
que acababa de presenciar.
Andrés llegó hasta ella.
—Mandy,
El doctor Figueruelas me dio esto. ¿Si necesitas hablar?
—No,
Andrés, gracias. Estoy mejor, déjalo, tenemos que
seguir
con nuestro trabajo.
Acabó
la guardia con toda la dignidad de la que fue capaz,
en algún momento los ojos
se le llenaron de lágrimas y la
rabia la comía por dentro, pero sus niños eran
lo primero y
por ellos era de aguantar el tipo hasta el final.
A las nueve
de la mañana salió del hospital, no sabía dónde
ir o qué hacer. Solo tenía una
cosa clara, no volvería a casa
con él.
Se paró a pensar dónde podría ir y sin darse cuenta
estaba
en la puerta de casa de su
amiga Patricia.
Sabía que ella madrugaba y su novio ese fin de
semana
estaba en una convención de karatecas,
por lo tanto estaría
sola.
A casa
de Ro no podía ir, era sábado y
estaría con Alberto y
con la niña. A
Julia ni de coña, seguro que aún estaba
en la
cama con el pibonazo de turno.
Pat desayunaba
tranquila mientras disfrutaba de la
nueva
trilogía erótica que leían todas a la vez. Les gustaba tener
su
propio club de lectura, y poder comentar y
babear con el
impresionante protagonista que salía en ellas.
El timbre sorprendió a Pat que tras abrir se
encontró a
Mandy con la cara
desencajada y los ojos rojos
de tanto
llorar. Soltó un grito ahogado
y abrazándola la hizo entrar.
La llevó hasta el comedor y la invitó a sentarse en el sofá.
—Mandy, perla, ¿qué pasa? ¿Qué te ocurre?
Ella no podía contestar, lloraba sin poder articular palabra.
Pasado un rato, por fin, respiró hondo
y pudo pronunciar en
voz alta la
temida frase.
—Acabo de pillar
al cabrón de Nando follándose a la
residente.
Al decirlo sintió como si el filo de un cuchillo le
cortara las
entrañas.
—¡Joder, menudo cabrón! —exclamó Pat—. Pero tú
no te
preocupes corazón, todo se va a solucionar.
De inmediato tecleo un mensaje en las Sex para una Terapia
Tequila urgente, eso era justo lo que necesitaba Mandy. De
esa manera, era como las chicas combatían sus heridas de
guerra.
A la
media hora Ro ya estaba en casa de Pat, por suerte
Alberto no trabajaba los sábados y se
había podido quedar
con Aitana, su
niña de tres años.
Diez minutos después, sonó de nuevo el timbre y
apareció
Julia con su perfecta melena rubia y ondulada.
—Vamos a ver, qué
coño es tan urgente para que haya
tenido que tirar de mi cama al pibón del stripper que anoche
me hizo mirar a Cuenca.
—¡Joder, Julia! Córtate un poco guapa —la amonestó Pat.
Al entrar en el comedor, Julia observó alucinada la estampa
que había. Pat la miraba
con cara de pocos amigos, Ro
estaba
sentada al lado de Mandy que tenía cara de haber
llorado por lo menos doce días seguidos.
—Pero ¿qué coño pasa? —se sorprendió Julia.
—La versión
breve; Mandy ha pillado al hijo de puta de
Nando follándose a su residente —apuntó Ro.
—¡Cabrón! ¡La
madre que lo parió! Te lo dije
Mandy… Te
dije que
ese tío no era trigo limpio. Y tú vas y te enamoras
de él como una boba…
—¡Joder! Ya vale Julia. Podrías ser un poco más sutil y tener
más empatía —amonestó Pat cabreada y hasta los cojones
de ella y sus comentarios fuera de tono.
—Chicas no
peleéis… —pidió Mandy.
En verdad no
entendía cómo podían ser tan amigas con lo
diferentes que llegaban a ser. Pat era
defensora del amor y
las historias con finales
felices. Ro vivía en su mundo ideal
con su marido
perfecto, y siempre intentaba sacar el lado
positivo de las cosas. Y Julia era Julia, una devora-hombres
que afirmaba que estos estaban en el mundo para usarlos y
tirarlos, y
que el amor era una gilipollez que alguien
se
inventó para
llegar al sexo. Ella era más directa y siempre
cogía un atajo.
Pero lo cierto es que desde el día que se conocieron en la
clase de baile, hacía ya diez años, se volvieron inseparables.
Por aquel entonces, Julia era la profesora de baile en el pub
El Patio, donde Ro y
Pat asistían como alumnas y Mandy
llegó de la mano de su compañero
de facultad que en ese
momento era el follamigo de Julia. Y fue allí
donde, además
de aprender a bailar el tango y el chachachá, se fraguó una
amistad que había traspasado
límites. A día de hoy eran
como una pequeña familia que se ayudaban y protegían.
Mandy estaba orgullosa de cada una de sus amigas,
sin
ellas nada sería lo mismo. Porque aunque se enfadaban y
discutían por su
diversidad de caracteres, siempre acababan
abrazándose y unidas.
—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Ro.
—¿Cómo que qué
piensa hacer? Lo primero cortarle los
huevos y preguntarle después.
Todas rieron con la sugerencia de Julia, había llegado el
momento de la Terapia Tequila.
Después de cuatro tequilas, Mandy se encontraba más
animada, les hizo saber que ese mismo día cogería sus
cosas
del ático de Nando y se mudaría
a su antiguo piso.
—¡Esa es mi
guerrera! —gritó Julia, y todas rieron y
bebieron.
****
Daniel
terminó de acostar a Hugo, no había
pasado un buen
día, estaba resfriado y le costaba bastante respirar.
Abrió una
cerveza y se sentó en el sofá. Dio un sorbo
mientras pensaba en cómo se
le había complicado la vida.
Él era un policía nacional enamorado de su
trabajo. Siempre
quiso ser policía, había
trabajado duro para superar las
pruebas de acceso y conseguir su plaza.
Él
y su hermano estaban unidos, tenían las mismas pasiones; ser policías, las motos
y las mujeres. Lo cierto era que a su
hermano lo engancharon bien
enganchado y desde que se había casado y nacido Hugo, su sobrino,
las motos y las mujeres pasaron a un segundo plano.
En agosto
haría un año de la tragedia. Todo cambió durante
una redada para detener a uno
de los traficantes de droga
más importantes de la costa alicantina. Su vida se
transformó
al ser víctimas de una emboscada, en la que su
hermano resultó muerto y su
cuñada herida de gravedad.
Por eso, mientras la madre de Hugo siguiera en coma,
Daniel tenía que hacerse cargo del petardo de su sobrino.
No
entraba en sus planes cuidar de un
niño de siete años,
pero no tenía otro remedio. Ese niño era su familia,
su
debilidad y lo único que le quedaba.
No estaba solo, contaba con su vecina Antonia, una señora
mayor, viuda y muy amante de los
niños, que le ayudaba
con Hugo cuando estaba
de servicio.
Seis
meses sin echar un polvo era demasiado tiempo. Solo trabaja y cuidaba del niño
y tenía que poner remedio a esa situación, pues él era un hombre con una
sexualidad activa y tanta inactividad lo mataba.
Esa noche, Mandy estaba de guardia. Era una noche
bastante tranquila, por lo que se retiró a descansar un poco y
a seguir con la
lectura de una de sus novelas, en ello
estaba cuando José la llamó al móvil.
—¿Sí,
dime? —contestó Mandy a la llamada.
—¡Mi niña, corre!
Tenemos una urgencia de extrema
gravedad, un niño de siete años que boquea como un pez.
—¿Le has puesto el
pulsioximetro?
—Se lo ha puesto
Andrés. No cogía señal, no debe llegar al ochenta por ciento, no me gusta nada
el color que tiene. ¡Corre!
Mandy
corrió por todo el pabellón del
hospital como alma que lleva el diablo. Cuando llegó, el panorama era horrible, el niño
estaba de color gris, no le llegaba el oxígeno a los pulmones, tenía una
saturación del noventa y nueve por ciento y su residente Andrés ya le había
puesto una nebulización de Salbutamol con oxígeno.
—¡No aguantará, Andrés! ¡Ya no tiene casi
esfuerzo respiratorio! ¡Rápido! —gritó Mandy—. ¡Tenemos
que intubar!
Con los nervios de acero
que en esos momentos la
caracterizaban, Mandy intubó
al niño y lo estabilizó.
Después avisó a los intensivistas que a toda prisa lo
llevaron a la UCI. Cuando
losintensivistas salieron de la sala
con el niño, Mandy se percató de que en uno de los
asientos
había un hombre sentado con la cabeza
apoyada
en las piernas. Se fijó un poco más y se dio cuenta de que
sollozaba.
Había llegado el momento de informar a los
familiares.
Se acercó a él y, poniéndole una mano en el hombro,
le
preguntó:
—¿Se encuentra bien?
Daniel levantó la
cabeza y sus miradas se encontraron. Él
pudo ver
la mirada de un ángel y su corazón
comenzó a latir
más aprisa a cada segundo que la miraba. No era el
momento de
sentir aquello, estaba claro, pero era lo que
sentía. Ella se quedó impactada por sus ojos azules
y su
pelo moreno alborotado.
—Sí,
gracias. ¿Y Hugo? —quiso saber.
—¿Es
usted el padre o un familiar del niño?
Daniel
asintió con la cabeza.
—El niño está estable.
Se lo acaban de llevar a UCI —
prosiguió Mandy—. Hugo ha sufrido
un episodio de bronco
espasmo bastante grave. La dificultad respiratoria que
presentaba nos ha obligado a intubarle, ahora tendrá que
permanecer conectado a
respiración artificial hasta que
podamos mejorarlo.
—Gracias
doctora —miró su bata y leyó su nombre—. Mandy, no sabe lo
que le agradezco lo
que ha hecho por él, es un niño muy
especial. Por favor, no deje que le ocurra nada, es lo único que tengo.
—No
se preocupe, todo irá
bien. Se lo prometo. Ahora mi compañero lo acompañará y en unas
horas le informarán de la situación de Hugo. Y usted intente
descansar, lo necesita.
Mandy se
dio media vuelta y se dirigió hasta
Andrés para
pedirle que acompañara al
padre del niño a la UCI. Daniel
se
quedó mirándola perplejo, aquella mujer tenía algo
especial.
Así, sin
dejar de pensar en ella, Andrés lo
sorprendió al acercarse.
—Señor, ¿me acompaña si es tan amable? Le
indicaré.
—Sí, claro —contestó Daniel sin dejar de observar aquella mujer capaz de tambalear su
mundo.
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Te agradezco tu tiempo y tu compra. Solo con tu ayuda la magia de publicar existirá.
Sin lectores no haríamos falta los escritores.
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