jueves, 27 de marzo de 2014

Capítulo 1.


QUIERO RESPIRAR.






Domingo, 10 de febrero de 2013.

El ruido del despertador empezó a martillear su cabeza.
Sabía que la fiesta le  pasaría factura, sus amigas eran
tremendas y desde hacía un mes sus salidas eran un
auténtico desfase.

De camino a la ducha sonrió al recordarlas, le iría bien el agua y un café cargado para despejarse, el día sería duro, los turnos de veinticuatro horas en las urgencias de un hospital siempre lo eran.
Bajó al garaje para coger su coche, un Mini blanco al que le 
tenía mucho cariño, lo único con lo que se quedó después
de que Nando le rompiera el corazón a pedazos. 
Tenía gracia, él que era cirujano cardiovascular y se ganaba
 la vida arreglando corazones, había destrozado el suyo de
 tal manera que era incapaz de saber cuánto tardaría en
 recuperarse.
Ver a Nando con la residente en su despacho era una imagen que no olvidaría, y el motivo que hizo que tomara la determinación de no saber nada de hombres por una larga temporada. Se centraría en su carrera y se divertiría con sus amigas.
Ese mismo día cogió todas sus pertenencias y abandonó el
 fabuloso ático en la Ciudad de las Ciencias para volver a su
 pisito de soltera. Gracias a la recomendación de su amiga
 Julia, se quedó con él y no le hizo caso a Nando cuando
 insistió en que lo vendiera. Ella y su idea sobre los
 hombres. Sonrió al recordarla.

Aquella situación era dura para Mandy, que con tan solo
 veinticinco años y muy pocas experiencias amorosas, se
 coló por él como una tonta en su primer año de residencia.

Para ella su carrera había sido su mayor prioridad. Desde
 muy pequeña la medicina formaba parte de ella.

Nando era ocho años mayor que ella y acababa de
 ascender, convirtiéndose en adjunto del doctor Méndez,
 cirujano cardiovascular, justo el año en que ella comenzaba
 el primer año como residente.

Él era un hombre de pelo negro y ojos entre marrones y 
verdes. De esos que cuando te miran consiguen que t
corazón se detenga y no vuelva a funcionar hasta que no 
escuchas de nuevo su voz. Todo el hospital bebía los vientos 
por él, pero Nando se había fijado en ella por su aire 
despistado, timidez y esa ternura que la envolvía, y que
 hacían de Mandy un ser angelical. Ella era una chica de
 estatura mediana, pelo largo y castaño, ojos color chocolate
 y una figura delgada que por genética había heredado de su
 madre, pues no era algo que cuidara demasiado.
Se conocieron hacía ya cinco años y en tan solo seis meses 
se fueron a vivir juntos. El sonido de un claxon la sacó de sus
pensamientos, sacudió la cabeza y centrándose en el tráfico
 comenzó a tararear aquella canción que tanto le gustaba
:Amiga mía, princesa de un cuento infinito, Amiga mía…” 
Alejandro Sanz era uno de sus cantantes favoritos.

Al llegar a su plaza de aparcamiento en el hospital, las 
campanitas del móvil sonaron dentro de su bolso. Por lo
 visto, las locas de sus amigas se habían despertado y
estaban poniéndose al día de lo acontecido la noche
 anterior.

Al sacarlo del bolso alucinó al comprobar que tenía ochenta
 y nueve mensajes de WhatsApp que tenía sin leer en el 
grupo de las Sex. Desde luego sí que les cundía. Pero ellas 
y sus locuras eran el bálsamo necesario para curar y
 cicatrizar sus heridas.

De camino al ascensor leyó y rio con todos los mensajes. Al 
entrar en él, no se dio ni cuenta de que Nando estaba allí,
 imponente y con ese aroma varonil característico. Al sentir 
su fragancia levantó los ojos de la pantalla para chocar de 
lleno con los de él. Aún le afectaba verlo. Necesitaba
 olvidarlo, que dejara de afectarle… pero trabajar en el
 mismo hospital lo hacía bastante complicado.
—Buenos días, Mandy.
—Buenos días —contestó con un hilo de voz y mordiéndose
 la lengua para no decirle que, desde luego, su día había
 dejado de ser bueno en ese mismo momento.
El silencio se hizo entre ellos, Mandy rezaba para que el
 maldito trasto subiera lo más aprisa posible y poder alejarse 
de ese aroma que tantos recuerdos le traía.

Al abrirse las puertas, Nando la cogió del brazo para evitar 
que saliera.

—Mandy, tenemos que hablar, yo te quiero, déjame volverte
a conquistar, deja que todo vuelva a ser como era antes.

—¡Suéltame! No vuelvas a poner tu mano sobre mí y no 
vuelvas a pedirme una oportunidad. Sabes muy bien que 
aquel a todo acabó —bramó ella con toda la fuerza y la ira 
que fue capaz de acumular—. Adiós, Nando.

Salió del ascensor a duras penas, aún le temblaban las
 piernas y su brazo ardía por su contacto. «¿Cómo podía ser
 tan tonta después de lo que le hizo?», se reprochó. Tal y 
como Julia decía, tendría que sacar ese clavo con otro clavo.

Sin entretenerse llegó a su consulta, José ya la esperaba.
 Su enfermero parecía que vivía allí, nunca conseguía llegar
 antes que él.
—Buenos días, mi niña, por tu cara se diría que has visto al 
mismísimo fantasma de la ópera.

—Algo así, José —contestó ella—. ¿Cómo se presenta el 
día?

—Aún es pronto, a lo largo del sábado se nos llenará el
 chiringuito como si regaláramos patatas, mi niña.

Le pasó los historiales y se dirigió a llamar al primer paciente
 mientras Mandy respiraba e intentaba quitarse de la cabeza
 la imagen de Nando y sus palabras.

El día trascurrió tranquilo, con algún caso grave durante la
 jornada. A las diez de la noche mientras cenaba enviaba
 WhatsApp a sus amigas. Ahora que la consulta estaba
 tranquila aprovecharía para descansar un rato, en urgencias
 nunca se sabía que podía suceder.
Caminó a la sala de descanso y no pudo evitar mirar hacia el
 despacho de Nando, su mente se llenó de imágenes de
 aquel fatídico día de hacía tan solo un mes.

Era principios de enero. Su amiga Ro que trabajaba en una agencia de viajes, la convenció para que reservara una habitación en el hotel Spa VILLA GADEA en AlteaAlicante.
Al terminar la guardia recogería a Nando y lo sorprendería
 con aquel fin de semana. Aprovechó un parón en la sala de 
urgencias para ir a descansar. Decidió hacerlo en el 
despacho de Nando, el sitio era más tranquilo.

Al abrir la puerta del despacho se quedó petrificada, el 
corazón se le rompió de golpe en mil pedazos y sus
pulmones se cerraron impidiéndole respirar.
Allí frente a sus ojos estaba Nando follándose a una
 residente.
«¡Menudo cabrón!». Lo acababa de pillar follando con esa 
niñata residente que se cepillaba a medio hospital.

El ruido del móvil al chocar contra el suelo hizo que Nando 
se percatara de su presencia. Como pudo se apartó de la 
residente y se subió los pantalones. Para entonces, Mandy
 había podido hacer llegar aire a sus pulmones y había
dado 
la orden correcta a sus piernas para poder abandonar ese
 lugar. Justo al salir se tropezó con Andrés, su residente de
 segundo año, que la cogió antes de que ella cayera al suelo.
—Mandy, ¿qué pasa? ¿De qué huyes así?
En ese momento Nando ya los alcanzó.
Mandy, por favor, deja que te explique.
Ella miró a Andrés y se dirigió a él con voz alterada.
—Dile que no quiero saber nada de él.
Y sin más se dirigió hacia la cafetería. Pidió un poleo-menta
 para aplacar las náuseas que le daban pensar en lo 
que acababa de presenciar.
Andrés llegó hasta ella.
—Mandy, El doctor Figueruelas me dio esto. ¿Si necesitas hablar?
—No, Andrés, gracias. Estoy mejor, déjalo, tenemos que 
seguir con nuestro trabajo.
Acabó la guardia con toda la dignidad de la que fue capaz,
 en algún momento los ojos se le llenaron de lágrimas y la 
rabia la comía por dentro, pero sus niños eran lo primero y 
por ellos era de aguantar el tipo hasta el final.
A las nueve de la mañana salió del hospital, no sabía dónde
 ir o qué hacer. Solo tenía una cosa clara, no volvería a casa
 con él.
Se paró a pensar dónde podría ir y sin darse cuenta estaba 
en la puerta de casa de su amiga Patricia.
Sabía que ella madrugaba y su novio ese fin de semana
 estaba en una convención de karatecas, por lo tanto estaría
 sola.
A casa de Ro no podía ir, era sábado y estaría con Alberto y
 con la niña. A Julia ni de coña, seguro que aún estaba en la
 cama con el pibonazo de turno.
Pat desayunaba tranquila mientras disfrutaba de la nueva
 trilogía erótica que leían todas a la vez. Les gustaba tener
su propio club de lectura, y poder comentar y babear con el
 impresionante protagonista que salía en ellas.
El timbre sorprendió a Pat que tras abrir se encontró a
 Mandy con la cara desencajada y los ojos rojos de tanto
 llorar. Soltó un grito ahogado y abrazándola la hizo entrar. 
La llevó hasta el comedor y la invitó a sentarse en el sofá.
—Mandy, perla, ¿qué pasa? ¿Qué te ocurre?
Ella no podía contestar, lloraba sin poder articular palabra. 
Pasado un rato, por fin, respiró hondo y pudo pronunciar en
 voz alta la temida frase.
—Acabo de pillar al cabrón de Nando follándose a la 
residente.
Al decirlo sintió como si el filo de un cuchillo le cortara las 
entrañas.
—¡Joder, menudo cabrón! —exclamó Pat—. Pero tú no t
preocupes corazón, todo se va a solucionar.
De inmediato tecleo un mensaje en las Sex para una Terapia 
Tequila urgente, eso era justo lo que necesitaba Mandy. De 
esa manera, era como las chicas combatían sus heridas de 
guerra.
A la media hora Ro ya estaba en casa de Pat, por suerte
 Alberto no trabajaba los sábados y se había podido quedar
 con Aitana, su niña de tres años.
Diez minutos después, sonó de nuevo el timbre y apareció
Julia con su perfecta melena rubia y ondulada.
—Vamos a ver, qué coño es tan urgente para que haya 
tenido que tirar de mi cama al pin del stripper que anoche 
me hizo mirar a Cuenca.
¡Joder, Julia! Córtate un poco guapa —la amonestó Pat.
Al entrar en el comedor, Julia observó alucinada la estampa 
que había. Pat  la miraba con cara de pocos amigos, Ro
 estaba sentada al lado de Mandy que tenía cara de haber
 llorado por lo menos doce días seguidos.
—Pero ¿qué coño pasa? —se sorprendió Julia.
   —La versión breve; Mandy ha pillado al hijo de puta de
 Nando follándose a su residente —apuntó Ro.
   —¡Cabrón! ¡La madre que lo parió! Te lo dije Mandy… Te
dije que ese o no era trigo limpio. Y tú vas y te enamoras
 de él como una boba…
—¡Joder! Ya vale Julia. Podrías ser un poco más sutil y tener
 más empatía —amonestó Pat cabreada y hasta los cojones
de ella y sus comentarios fuera de tono.
—Chicas no peleéis… —pidió Mandy.
En verdad no entendía cómo podían ser tan amigas con lo
 diferentes que llegaban a ser. Pat era defensora del amor y
 las historias con finales felices. Ro vivía en su mundo ideal
con su marido perfecto, y siempre intentaba sacar el lado
 positivo de las cosas. Y Julia era Julia, una devora-hombres 
que afirmaba que estos estaban en el mundo para usarlos y
 tirarlos, y que el amor era una gilipollez que alguien se
 inventó para llegar al sexo. Ella era más directa y siempre 
cogía un atajo.
Pero lo cierto es que desde el día que se conocieron en la 
clase de baile, hacía ya diez años, se volvieron inseparables.
Por aquel entonces, Julia era la profesora de baile en el pub 
El Patio, donde Ro y Pat asistían como alumnas y Mandy
 llegó de la mano de su compañero de facultad que en ese 
momento era el follamigo de Julia. Y fue allí donde, además 
de aprender a bailar el tango y el chachachá, se fraguó una 
amistad que había traspasado límites. A día de hoy eran 
como una pequeña familia que se ayudaban y protegían.
 Mandy estaba orgullosa de cada una de sus amigas, sin 
ellas nada sería lo mismo. Porque aunque se enfadaban y 
discutían por su diversidad de caracteres, siempre acababan
 abrazándose y unidas.
—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Ro.
—¿Cómo que qué piensa hacer? Lo primero cortarle los 
huevos y preguntarle después.
Todas rieron con la sugerencia de Julia, había llegado el 
momento de la Terapia Tequila.
Después de cuatro tequilas, Mandy se encontraba más 
animada, les hizo saber que ese mismo día cogería sus
cosas del ático de Nando y se mudaría a su antiguo piso.
—¡Esa es mi guerrera! —gritó Julia, y todas rieron y 
bebieron.


                                               ****

Daniel terminó de acostar a Hugo, no había pasado un buen
 día, estaba resfriado y le costaba bastante respirar.
Abrió una cerveza y se sentó en el sofá. Dio un sorbo 
mientras pensaba en cómo se le había complicado la vida.
Él era un policía nacional enamorado de su trabajo. Siempre 
quiso ser policía, había trabajado duro para superar las
pruebas de acceso y conseguir su plaza.
Él y su hermano estaban unidos, tenían las mismas pasiones; ser policías, las motos y las mujeres. Lo cierto era que a su hermano lo engancharon bien enganchado y desde que se había casado y nacido Hugo, su sobrino, las motos y las mujeres pasaron a un segundo plano.
En agosto haría un año de la tragedia. Todo cambió durante
 una redada para detener a uno de los traficantes de droga
 más importantes de la costa alicantina. Su vida se
 transformó al ser víctimas de una emboscada, en la que su 
hermano resultó muerto y su cuñada herida de gravedad.
 Por eso, mientras la madre de Hugo siguiera en coma,
 Daniel tenía que hacerse cargo del petardo de su sobrino.
No entraba en sus planes cuidar de un niño de siete años,
 pero no tenía otro remedio. Ese niño era su familia, su 
debilidad y lo único que le quedaba.
No estaba solo, contaba con su vecina Antonia, una señora
 mayor, viuda y muy amante de los niños, que le ayudaba 
con Hugo cuando estaba de servicio.
Seis meses sin echar un polvo era demasiado tiempo. Solo trabaja y cuidaba del niño y tenía que poner remedio a esa situación, pues él era un hombre con una sexualidad activa y tanta inactividad lo mataba.
Esa noche, Mandy estaba de guardia. Era una noche 
bastante tranquila, por lo que se retiró a descansar un poco y
 a seguir con la lectura de una de sus novelas, en ello 
estaba cuando José la llamó al móvil.
—¿Sí, dime? —contestó Mandy a la llamada.
—¡Mi niña, corre! Tenemos una urgencia de extrema 
gravedad, un niño de siete años que boquea como un pez.

—¿Le has puesto el pulsioximetro?
—Se lo ha puesto Andrés. No cogía señal, no debe llegar al ochenta por ciento, no me gusta nada el color que tiene. ¡Corre!
Mandy corrió por todo el pabellón del hospital como alma que lleva el diablo. Cuando llegó, el panorama era horrible, el niño estaba de color gris, no le llegaba el oxígeno a los pulmones, tenía una saturación del noventa y nueve por ciento y su residente Andrés ya le había puesto una nebulización de Salbutamol con oxígeno.
—¡No aguantará, Andrés! ¡Ya no tiene casi 
esfuerzo respiratorio! ¡Rápido! —gritó Mandy—. ¡Tenemos 
que intubar!
Con los nervios de acero que en esos momentos la 
caracterizaban, Mandy intubó al niño y lo estabilizó. 
Después avisó a los intensivistas que a toda prisa lo 
llevaron a la UCI. Cuando losintensivistas salieron de la sala
 con el niño, Mandy se percató de que en uno de los 
asientos había un hombre sentado con la cabeza apoyada 
en las piernas. Se fijó un poco más y se dio cuenta de que
 sollozaba. Había llegado el momento de informar a los
 familiares.
Se acercó a él y, poniéndole una mano en el hombro, le
 preguntó:
—¿Se encuentra bien?
Daniel levantó la cabeza y sus miradas se encontraron. Él
pudo ver la mirada de un ángel y su corazón comenzó a latir
 más aprisa a cada segundo que la miraba. No era el 
momento de sentir aquello, estaba claro, pero era lo que
 sentía. Ella se quedó impactada por sus ojos azules y su 
pelo moreno alborotado.
—Sí, gracias. ¿Y Hugo? —quiso saber.
—¿Es usted el padre o un familiar del niño?
Daniel asintió con la cabeza.
—El niño está estable. Se lo acaban de llevar a UCI —
prosiguió Mandy—. Hugo ha sufrido un episodio de bronco 
espasmo bastante grave. La dificultad respiratoria que
 presentaba nos ha obligado a intubarle, ahora tendrá que
 permanecer conectado a respiración artificial hasta que
 podamos mejorarlo.
—Gracias doctora —miró su bata y leyó su nombre—. Mandy, no sabe lo que le agradezco lo que ha hecho por él, es un niño muy especial. Por favor, no deje que le ocurra nada, es lo único que tengo.
—No se preocupe, todo irá bien. Se lo prometo. Ahora mi compañero lo acompañará y en unas horas le informarán de la situación de Hugo. Y usted intente descansar, lo necesita.
Mandy se dio media vuelta y se dirigió hasta Andrés para
 pedirle que acompañara al padre del niño a la UCI. Daniel
se quedó mirándola perplejo, aquella mujer tenía algo 
especial.
Así, sin dejar de pensar en ella, Andrés lo sorprendió al acercarse.
—Señor, ¿me acompaña si es tan amable? Le indicaré.
—Sí, claro —contestó Daniel sin dejar de observar aquella mujer capaz de tambalear su mundo.  







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